martes, 24 de marzo de 2009

El preservativo (con permiso de Fabri)

(Publicado por Fabricio de Potestad en Diario de Noticias)


EL preservativo es de muchos colores, pero abunda el oscuro melancólico, color de la piel del mayor número de las víctimas de sida. Cinco millones de personas mueren al año de esta terrible enfermedad -la mayor parte mujeres- en el continente africano. Y a pesar de tan grave y trágica situación, el Papa, en un arranque de irresponsabilidad, ha condenado el uso del condón, contradiciendo a la comunidad científica y a Naciones Unidas que avalan sin ambages su uso profiláctico. El uso del preservativo es imprescindible, aunque sólo sea por la gravedad de esta epidemia que alcanza dimensiones bíblicas, y del ingente número de víctimas infectadas por el apocalíptico virus, que ya supera los veinticinco millones de personas.
El pecado, la represión sexual y la castidad son los dos fetiches de nuestra religión, que todavía se difunden desde algún arcón olvidado de la casa. Aprendimos la castidad y la mortificación corporal a costa del nacionalcatolicismo y de Pemán, poeta irónico que solía poner una peligrosa nota de humor a sus reflexiones religiosas. Las bondades de la castidad hicieron asomar al beato Escrivá de Balaguer -espiritualmente refugiado en su santuario de Torreciudad- para meterle un poco de santidad y de cilicio a su panegírico religioso, siempre aristocrático y demasiado humano.
A pesar de su indudable y probada utilidad y eficacia preventiva, la condena del preservativo -considerado por la Iglesia como un artilugio satánico que promueve la promiscuidad sexual- sigue sido una obsesión enfermiza de los neoconservadores que rigen actualmente los destinos de la Iglesia católica, reprobación muy útil, si acaso, para reunir beatas remiradas y gazmoños puritanos, pero absurda y peligrosa si nos atenemos a la realidad de la sexualidad en el mundo moderno, y a sus mórbidas consecuencias si se practica de forma irresponsable.
Ahora que estamos respirando un clima -excesivo en mi opinión- de relativismo erguido y de moral pragmática y utilitarista, ahora que además hemos superado a Freud y sus neurosis de origen libidinoso, el Papa parece aferrarse a la lucha contra el preservativo y a promover la castidad como la única solución que garantiza la erradicación de las enfermedades de transmisión sexual. Y claro, en eso lleva razón, pero intuyo que en esta singular contienda nuestro diablo, nuestro viejo diablo no parece dispuesto a dejar en barbecho tan deliciosa y erótica tierra de lo humano, plena de sensualidad, de sentido lírico, de sentido místico y de sentido común. Quiere decirse que los seres humanos no mueven nada si las relaciones no llevan un punto de pecado y picardía, que se puede traducir en matrimonio, en pareja de hecho o simple amancebamiento, ya sea homo y heterosexual. Y es que el sexo es un guiño que se hacen los seres humanos para asegurarse una sonrisa de amor cómplice en lo venidero y un crucero voluptuoso a corto plazo. Y ahí nos tiene a todos impacientes, contra él, contra el Papa, empecinado en escribir desde su trinchera romana una nueva versión de La divina comedia a golpe de amonestaciones, espantos y torturantes fajas metálicas.
La cuestión es globalizar, sea como sea y pase lo que pase, los valores absolutos y universales -fundamentalistas- del catolicismo rampante, tan proclives, por cierto, al sufrimiento, al sacrificio y al aburrimiento. Pero lo cierto es que unos y otros, europeos y africanos, tienen derecho, perfecto derecho e imperiosa necesidad de utilizar esa funda de látex e intimidad. Todos menos aquéllos, supongo, que han optado libremente por el celibato y por los amores espirituales y a contracorriente, que también son unos y otros.
Con su celestial desmemoria sanitaria el Papa saca alguna vez su gaya doctrina y no para renovarla, como sería de esperar, sino para fascinar a las multitudes con las supuestas bondades de la abstinencia sexual, hasta el punto de que ya no saben qué hacer con su venérea corporalidad, y terminan por exponerla a riesgos tan innecesarios como evitables. Y es que en todo resurgimiento religioso, como el presente, arrecia la irracionalidad de los dogmas que usábamos ya en el colegio, y que perfuma el presente con aromas de adolescencia y teocracia, fragancia milenarista de nefastas consecuencias.
No sabría uno decir si estas frivolizaciones del preservativo y la castidad van a favor o en contra de la izquierda o la derecha, pero sí parece claro que van en contra del ser humano. Son en las cremalleras durísimas del dogma, en los inútiles tumbos de la superstición, en la miseria de la sumisión donde más luce la calderilla religiosa que expone a sus rebaños a la ferocidad del lobo. En fin, póntelo, pónselo, no seáis capullos.

lunes, 2 de marzo de 2009